Nos aventuramos a visitar este refugio para la biodiversidad y en un día vivimos una experiencia única de aprendizaje y contemplación.
Hacía frío y la bruma en el ambiente nos recordaba que eran las 4:30 a.m. en Medellín. Tomamos la autopista con dirección a Bogotá y, minutos después, el frío de la ciudad cedió ante el calor del Magdalena Medio antioqueño.
Después de más de tres horas de viaje, una portada enorme marcaba el inicio de nuestra aventura de un día en el Cañón del Río Claro, específicamente en su Reserva Natural.
Viajar para aprender y conservar
A la entrada nos recibió uno de los guías: un joven de la zona, quien con su amor por la naturaleza y su conocimiento de la fauna y flora del lugar, nos fue contagiando de ese sentimiento.
Nos dirigimos corriente arriba. En el trayecto pudimos contemplar las plantas que crecen en las rocas, como los quiches o las bromelias; las aguas cristalinas del río en su lecho de mármol, y animales como el mono tití, el pez pataló y el atrapamoscas.
A las 9:00 a.m. llegamos al punto desde el que nos embarcamos en un bote inflable y emprendimos un viaje en medio de la imponencia de la naturaleza. Con calma, nuestro guía nos explicó las curiosas formaciones geológicas que son evidencia de que allí hubo un mar en otra época. También nos mostró las variedades de árboles anclados con fuerza en las orillas y los nombres de las aves que se posan en las paredes de piedra como el paujil y el torito.
Este dedicado recorrido hace parte de la estrategia de educación in situ (en el lugar) que tiene la Reserva, con el fin de divulgar la biodiversidad del territorio y ofrecer capacitación y empleo a los jóvenes de la región.
Destacado:
Los mármoles del cañón son restos de arrecifes de coral petrificados durante millones de años.
Dejar una huella que inspire, no que maltrate
Durante nuestro trayecto vimos cómo algunos visitantes, asegurados con un cable (canopy), se deslizaban por los aires, casi tocando las copas de los árboles. ¡Incluso dos de nuestros amigos se animaron a hacerlo! Después exploramos las cavernas formadas por la erosión del agua en las piedras calizas, habitadas por guácharos, y comprendimos la importancia del lugar en el que nos encontrábamos.
Tuvimos la fortuna de vivir esta experiencia, pero entendimos que dicho privilegio implica una enorme responsabilidad, como nos contó Ximena Arosemena, encargada de la operación logística de la Reserva, para quien el turismo debe ser un ejercicio consciente del impacto que tiene en los sitios visitados, apoyar las iniciativas de conservación y mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la región. Solo así podremos hablar verdaderamente de sostenibilidad.
Destacado:
La reserva es hogar de especies en peligro de extinción como el mono Tití, el ave Papamoscas y el pez Pataló.
Finalmente, a las 5:30 p.m., nos dimos cuenta de que pasamos un día completamente diferente y fuimos capaces de conectarnos con la energía que emana aquel paraje en el que el río se abre paso entre las rocas. Prometimos volver y quedarnos en El Refugio, el alojamiento rústico que ofrece la Reserva: si así fue un día, ¡no imaginamos cómo será una noche en este paraíso!
Recuadro
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¡Empaca y preparemos el próximo destino!